Entonces te tapás con otros colores, con otros sabores, con otras texturas. Con otros chabones, en definitiva. Te llenás tanto de otras esencias que incluso hasta llegás a olvidarte.
Y pasan los días y pasan los meses y mirás para atrás y te resulta extraño que algún día eso olvidado haya existido. Es casi la felicidad.
Pero entonces sucede la mierda. Desde lo más profundo de tu interior brota de a poquito ese sentimiento que tan bien domado tenías. Te va poco a poco floreciendo por todos los poros de la piel.
Poco después (cuando estés más debil, cuando estés más sensible), ese "algo" explota y sale a borbotones. Estás hasta las manos y no sabés qué hacer.
Y llorás porque sentís un malestar en los ojos y en el pecho y en el medio de tu inseguridad.