miércoles, 25 de marzo de 2015
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lo pibito
martes, 17 de marzo de 2015
lunes, 16 de marzo de 2015
TESTEO DE CAFÉS: San Miguel [Recoleta]
En el lugar en el que estoy ahora acaban de apagar el aire, y estoy pensando seriamente en irme, además de que me estoy cagando y eso en los lugares públicos está prohibido.
Cuando llegás a tu casa y tu tía te dice de manera no verbal que te tenés que ir, solés recurrir a este tipo de cosas, a seguir malgastando tu primer sueldo. Es un pequeño lugar en una esquina de Pueyrredón con aire acondicionado y poca gente, que a casi una hora de llegar apagaron la refrigeración y se llenó de viejas residentes / aledañas muy arregladas con ropas que nacieron antes que yo. Pido un yogurt con cereales y desilusionada miro cómo me traen un yogurt con cereales. En el coso de plastico, como en el super. Lo abro y para mi sorpresa y alivio y asco tiene hongos adentro. Sí, sí, hongos: una aureola verde con bordes blancos y peludos. Cambio el menú por un té con con leche y 3 medialunas que son exactamente las medialunas más pequeñas que vi en mi vida. Me sirvo 3 tés con leche y eso es lo único bueno de todo esto.
No me gusta salir a cafés y sin embargo me fascina salir a merendar afuera. Una mezcla del esnobismo de estar escribiendo cosas románticamente y en solitario (ser visto escribiendo románticamente y en solitario) con el resabio de que te están cagando con los precios y la calidad de la comida.
Sigo teniendo ganas de cagar y no sé si todavía puedo volver a casa y creo que la mesera me acaba de mirar con cara de cuándo se va esta piba, pero media pila boluda me diste un yogurt podrido y unas medialunas aborto de canapés. Pienso tomar medidas drásticas y no dejar propina, pero eso me hace sentir mal y al mismo tiempo pienso en el yogur, las facturas y las ganas de cagar y ni perdón dijo te voy a dar un alfajorcito como disculpa y en que se sentaron unas viejas enfrente mío pero del lado de afuera que no me dejan ver a las personas que cruzan el semáforo.
Unos chicos apoyan la mano en la puerta de entrada pero ven el vejestorio y salen despavoridos.
Pago y dejo una propina de dos pesos, porque me parece más insultante que no dejar nada.
Cuando llegás a tu casa y tu tía te dice de manera no verbal que te tenés que ir, solés recurrir a este tipo de cosas, a seguir malgastando tu primer sueldo. Es un pequeño lugar en una esquina de Pueyrredón con aire acondicionado y poca gente, que a casi una hora de llegar apagaron la refrigeración y se llenó de viejas residentes / aledañas muy arregladas con ropas que nacieron antes que yo. Pido un yogurt con cereales y desilusionada miro cómo me traen un yogurt con cereales. En el coso de plastico, como en el super. Lo abro y para mi sorpresa y alivio y asco tiene hongos adentro. Sí, sí, hongos: una aureola verde con bordes blancos y peludos. Cambio el menú por un té con con leche y 3 medialunas que son exactamente las medialunas más pequeñas que vi en mi vida. Me sirvo 3 tés con leche y eso es lo único bueno de todo esto.
No me gusta salir a cafés y sin embargo me fascina salir a merendar afuera. Una mezcla del esnobismo de estar escribiendo cosas románticamente y en solitario (ser visto escribiendo románticamente y en solitario) con el resabio de que te están cagando con los precios y la calidad de la comida.
Sigo teniendo ganas de cagar y no sé si todavía puedo volver a casa y creo que la mesera me acaba de mirar con cara de cuándo se va esta piba, pero media pila boluda me diste un yogurt podrido y unas medialunas aborto de canapés. Pienso tomar medidas drásticas y no dejar propina, pero eso me hace sentir mal y al mismo tiempo pienso en el yogur, las facturas y las ganas de cagar y ni perdón dijo te voy a dar un alfajorcito como disculpa y en que se sentaron unas viejas enfrente mío pero del lado de afuera que no me dejan ver a las personas que cruzan el semáforo.
Unos chicos apoyan la mano en la puerta de entrada pero ven el vejestorio y salen despavoridos.
Pago y dejo una propina de dos pesos, porque me parece más insultante que no dejar nada.
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domingo, 15 de marzo de 2015
TESTEO DE CAFÉS: Napoli [Moreno]
Tener que hacer tiempo en Moreno es un gran problema teniendo en cuenta que para comer hay sólo dos grandes cafeterías-restaurantes, un Burguer, un McDonals y un sinfín de sucuchos grasientos repletos de gente y comida ídem. Las casas de comida rápida me parecen desagradables, comer afuera me parece impuro. Pero el Burguer y gente de su calaña ya me genera una gran repulsión. Una fábrica de gordos, eso me parece. Familias tratando de ser felices, premiando a sus hijos por estar creciendo tan gorditos, tapándose las arterias gustosamente, porque no hay muchas cosas más para hacer en Moreno.
Mi hermano me había dado referencias negativas del Cóndor, así que al Napoli vamos.
Mi idea era comprar un tostado, creo que lo único salado no-cena que venden en estos lugares, pero fiel a mi estilo elegí un te con leche con una pasta frola. Era muy divertido estar merendando rodeada de platos con pastas, carnes y pizza y bullicio de sábado a la noche. La alterna.
En un primer momento me arrepentí del te, porque te duerme y yo ya estaba cansadísima de haber trabajado por primera vez en mi vida. Pero después lo agradecí, porque te traen una jarrita y teterita para que vos lo hagas y no te dan justo, así que no tomé 1 sino 2 tes con leche. La pasta frola era tan grande que me dieron también cubiertos. Pero no era rica: la masa no tenía la porosidad necesaria y además tenía gusto a heladera.
Exactamente adelante mío había una pareja sobremeseando. Mientras sus hijos jugaban en el pelotero nosotros jugábamos a no establecer contacto visual, en recrear una pared invisible entre las mesas. Ellos ya eran expertos porque habían construido una entre los dos: estaban sentados del mismísimo lado, y en la hora que estuve ahí apenas intercambiaron palabras. Como si estuvieran cumpliendo mansamente el mandato de salir en familia.
Todo me costó $45 y cuando iba caminando al verdadero destino trataba de convencerme de que no había malgastado taaanto la plata.
Mi hermano me había dado referencias negativas del Cóndor, así que al Napoli vamos.
Mi idea era comprar un tostado, creo que lo único salado no-cena que venden en estos lugares, pero fiel a mi estilo elegí un te con leche con una pasta frola. Era muy divertido estar merendando rodeada de platos con pastas, carnes y pizza y bullicio de sábado a la noche. La alterna.
En un primer momento me arrepentí del te, porque te duerme y yo ya estaba cansadísima de haber trabajado por primera vez en mi vida. Pero después lo agradecí, porque te traen una jarrita y teterita para que vos lo hagas y no te dan justo, así que no tomé 1 sino 2 tes con leche. La pasta frola era tan grande que me dieron también cubiertos. Pero no era rica: la masa no tenía la porosidad necesaria y además tenía gusto a heladera.
Exactamente adelante mío había una pareja sobremeseando. Mientras sus hijos jugaban en el pelotero nosotros jugábamos a no establecer contacto visual, en recrear una pared invisible entre las mesas. Ellos ya eran expertos porque habían construido una entre los dos: estaban sentados del mismísimo lado, y en la hora que estuve ahí apenas intercambiaron palabras. Como si estuvieran cumpliendo mansamente el mandato de salir en familia.
Todo me costó $45 y cuando iba caminando al verdadero destino trataba de convencerme de que no había malgastado taaanto la plata.
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martes, 10 de marzo de 2015
Autobiografía de una sufriente II // La emoción de volver a comer como una gordula
Prefiero estar atrapada un mes en una trampa burocrática. Prefiero que mi trabajo sea fomentar la burocracia. Prefiero que mi primogénita se llame Buro Cracia de los Trámites, o tatuarme la palabra en la frente con fuente Comic Sans. O todo junto y de por vida, antes de enfrentar la salud pública.
En la guardia de la clínica se pasan mi obra social por el orto. En todos lados, en realidad. La obra social nos pasa por el orto. Me informan que tengo que ir al primer piso a otorinolaringología. Pero no me informan que tengo que comprar un bono abajo. Subo y bajo escaleras con el sueño y el dolor como dulces acompañantes. La fila es obviamente lenta y obviamente una señora se cola justificándose con la aureola de pelo que le falta en la cabeza. Todo bien señora, pero acá toy languideciendo, media pila. Pienso que me voy a desmayar, entonces trato de tomar agua y no puedo.
No sé si me atienden rápido porque me atienden rápido o porque me quedo dormida un par de veces, cuando la nena de al lado no me empuja al besar a su madre.
Miro las paredes marrones y sin ventanas. Y a las personas con sus propios mambos. Un bajito afónico quiere comunicarse con una administrativa a través de una ventanilla de 20cm de alto a 1,60cm de alto. Me acuerdo del hospital británico al que entré un par de veces con los pasillos blancos y las gentes con cara de pagar una suscripción muy cara. Y me acuerdo de la clínica privada a la que iba a Moreno, o la de Merlo. O en contraste de cuando me mordió el perro y tuve que ir a la guardia del hospital, cada persona rota entró ahí. No puedo más que pensar en que seguimos regalando nuestra fuerza y nuestra salud y nuestra educación y nuestros ideales y nuestras felicidades.
En todo esto trato de no pensar, para no quemarme la cabeza al pedo.
En 4 minutos me observa y me receta una inyección. Me da 3 farmacias donde la puedo comprar. No había salido con tanta plata, así que vuelvo a casa. En el camino compro en el super yogurt de vainilla, gelatina de frutilla y postrecito de chocolate, siguiendo a rajatabla las órdenes de la doctora.
Después de un tour por la avenida encuentro una farmacia que aplica inyecciones. Veo con tristeza mis ahorros convertirse en un frasquito de 2ml de no sé qué corticoide. . En la salita de medio metro por medio metro el aplicador de inyecciones me dice que es en la cola. Qué vergüenza, pienso. Y en el microsegundo siguiente trato de pensar qué bombacha tengo puesta, y que cuando estoy indispuesta me pongo las bombachas más feas y que no le dije a la doctora que estoy indispuesta y pasé frío dos noches y que besé a un desconocido y que salí dos veces en una semana con una amiga que tenía no sé qué en la garganta pero no es porque me olvidé sino porque cuando te saludan medio que ya te están despidiendo y qué onda si se sobresale la toallita y la gente no sabe que no me salen granos en la cara pero en la cola a veces si y si mejor le digo que vengo en 5 que me voy a cambiar pero no eso no tiene sentido bueno ya fue.
Vuelvo a casa rengueando una nalga bastante conforme con mi bombacha y me pregunto si al chabón le gustará el trabajo de pinchaculos pero no me preocupo mucho porque ya mi cabeza está pensando en el arsenal de comida blanda que me espera en la heladera. Duermo, me levanto como, duermo me levanto, como. Me encantan estos sábados de flojera.
A la noche la tía me trae helado y ya me parece exceso y trato de recordar qué fue eso tan noble que hice para merecer todo esto.
En la guardia de la clínica se pasan mi obra social por el orto. En todos lados, en realidad. La obra social nos pasa por el orto. Me informan que tengo que ir al primer piso a otorinolaringología. Pero no me informan que tengo que comprar un bono abajo. Subo y bajo escaleras con el sueño y el dolor como dulces acompañantes. La fila es obviamente lenta y obviamente una señora se cola justificándose con la aureola de pelo que le falta en la cabeza. Todo bien señora, pero acá toy languideciendo, media pila. Pienso que me voy a desmayar, entonces trato de tomar agua y no puedo.
No sé si me atienden rápido porque me atienden rápido o porque me quedo dormida un par de veces, cuando la nena de al lado no me empuja al besar a su madre.
Miro las paredes marrones y sin ventanas. Y a las personas con sus propios mambos. Un bajito afónico quiere comunicarse con una administrativa a través de una ventanilla de 20cm de alto a 1,60cm de alto. Me acuerdo del hospital británico al que entré un par de veces con los pasillos blancos y las gentes con cara de pagar una suscripción muy cara. Y me acuerdo de la clínica privada a la que iba a Moreno, o la de Merlo. O en contraste de cuando me mordió el perro y tuve que ir a la guardia del hospital, cada persona rota entró ahí. No puedo más que pensar en que seguimos regalando nuestra fuerza y nuestra salud y nuestra educación y nuestros ideales y nuestras felicidades.
En todo esto trato de no pensar, para no quemarme la cabeza al pedo.
En 4 minutos me observa y me receta una inyección. Me da 3 farmacias donde la puedo comprar. No había salido con tanta plata, así que vuelvo a casa. En el camino compro en el super yogurt de vainilla, gelatina de frutilla y postrecito de chocolate, siguiendo a rajatabla las órdenes de la doctora.
Después de un tour por la avenida encuentro una farmacia que aplica inyecciones. Veo con tristeza mis ahorros convertirse en un frasquito de 2ml de no sé qué corticoide. . En la salita de medio metro por medio metro el aplicador de inyecciones me dice que es en la cola. Qué vergüenza, pienso. Y en el microsegundo siguiente trato de pensar qué bombacha tengo puesta, y que cuando estoy indispuesta me pongo las bombachas más feas y que no le dije a la doctora que estoy indispuesta y pasé frío dos noches y que besé a un desconocido y que salí dos veces en una semana con una amiga que tenía no sé qué en la garganta pero no es porque me olvidé sino porque cuando te saludan medio que ya te están despidiendo y qué onda si se sobresale la toallita y la gente no sabe que no me salen granos en la cara pero en la cola a veces si y si mejor le digo que vengo en 5 que me voy a cambiar pero no eso no tiene sentido bueno ya fue.
Vuelvo a casa rengueando una nalga bastante conforme con mi bombacha y me pregunto si al chabón le gustará el trabajo de pinchaculos pero no me preocupo mucho porque ya mi cabeza está pensando en el arsenal de comida blanda que me espera en la heladera. Duermo, me levanto como, duermo me levanto, como. Me encantan estos sábados de flojera.
A la noche la tía me trae helado y ya me parece exceso y trato de recordar qué fue eso tan noble que hice para merecer todo esto.
lunes, 9 de marzo de 2015
La emoción de enfermarse cada diez años // Autobiografía de una sufriente
Si hago un esfuerzo sobrenatural y hago caso omiso a las 20 horas sin sueño que tengo encima y pienso en la última vez que tuve fiebre, mi cerebro se deshidrataría de tanto pensar. Verdaderamente no lo sé. Me acuerdo una vez que tenía 11 años, estaba en un campamento scout y somaticé con fiebre que no le gustara a un chico más grande.
Eso es lo que recuerdo.
En cuanto a vómitos, también, una gran laguna.
Lo único grave que me pasó durante la secundaria (si de enfermedades hablamos, porque de otras yerbas me sucedieron cosas gravísimas) fue un perro que me masticó un poco el brazo y la espalda, una semana antes de cumplir 16. Cuando estaba en la ambulancia y veía desde la camilla las cuadras que recorría todos los días de mi vida ordinaria, me dieron ganas de decirle a mi mamá que la amaba. Pero pensé que pensaría que yo pensaba que me iba a morir, y no quería preocuparla más. Recuerdo que me dieron antibióticos por dos semanas, unos pastillones que venían de a dos en un blister enorme. Pará, eso no es una enfermedad. Bueno, casi.
Ahora que recuerdo, en Bariloche me sentía medio afiebrada y estaba super congestionada. Me la pasaba untándome ungüento en el pecho mientras veía Phineas y Ferb. Eso es lo último de lo último.
El punto es que no tengo fiebre. Tengo la garganta como un par de pies en unos tacos 3 talles más chicos. Que hace 20 horas que dormito hasta que me despierta el dolor cuando trago saliva involuntariamente. Que me desperté llorando después de dormir una hora seguida, porque tenia tanto sueño que no podía despertarme pero tampoco podía dejar de tragar. Que en las últimas 12 horas lo último que comí fue un té con gusto a caldo. Que soy una señorita a la que le gusta dormir bien y si pasa una hora sin comer ya tiene hambre. Qué atropello a la razón.
Que estoy haciendo tiempo para que sea de día y poder ir a la guardia. Y en una de esas poder vivir un poquito.
Eso es lo que recuerdo.
En cuanto a vómitos, también, una gran laguna.
Lo único grave que me pasó durante la secundaria (si de enfermedades hablamos, porque de otras yerbas me sucedieron cosas gravísimas) fue un perro que me masticó un poco el brazo y la espalda, una semana antes de cumplir 16. Cuando estaba en la ambulancia y veía desde la camilla las cuadras que recorría todos los días de mi vida ordinaria, me dieron ganas de decirle a mi mamá que la amaba. Pero pensé que pensaría que yo pensaba que me iba a morir, y no quería preocuparla más. Recuerdo que me dieron antibióticos por dos semanas, unos pastillones que venían de a dos en un blister enorme. Pará, eso no es una enfermedad. Bueno, casi.
Ahora que recuerdo, en Bariloche me sentía medio afiebrada y estaba super congestionada. Me la pasaba untándome ungüento en el pecho mientras veía Phineas y Ferb. Eso es lo último de lo último.
El punto es que no tengo fiebre. Tengo la garganta como un par de pies en unos tacos 3 talles más chicos. Que hace 20 horas que dormito hasta que me despierta el dolor cuando trago saliva involuntariamente. Que me desperté llorando después de dormir una hora seguida, porque tenia tanto sueño que no podía despertarme pero tampoco podía dejar de tragar. Que en las últimas 12 horas lo último que comí fue un té con gusto a caldo. Que soy una señorita a la que le gusta dormir bien y si pasa una hora sin comer ya tiene hambre. Qué atropello a la razón.
Que estoy haciendo tiempo para que sea de día y poder ir a la guardia. Y en una de esas poder vivir un poquito.
La Gioconda knows that feel too |
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