Tener que hacer tiempo en Moreno es un gran problema teniendo en cuenta que para comer hay sólo dos grandes cafeterías-restaurantes, un Burguer, un McDonals y un sinfín de sucuchos grasientos repletos de gente y comida ídem. Las casas de comida rápida me parecen desagradables, comer afuera me parece impuro. Pero el Burguer y gente de su calaña ya me genera una gran repulsión. Una fábrica de gordos, eso me parece. Familias tratando de ser felices, premiando a sus hijos por estar creciendo tan gorditos, tapándose las arterias gustosamente, porque no hay muchas cosas más para hacer en Moreno.
Mi hermano me había dado referencias negativas del Cóndor, así que al Napoli vamos.
Mi idea era comprar un tostado, creo que lo único salado no-cena que venden en estos lugares, pero fiel a mi estilo elegí un te con leche con una pasta frola. Era muy divertido estar merendando rodeada de platos con pastas, carnes y pizza y bullicio de sábado a la noche. La alterna.
En un primer momento me arrepentí del te, porque te duerme y yo ya estaba cansadísima de haber trabajado por primera vez en mi vida. Pero después lo agradecí, porque te traen una jarrita y teterita para que vos lo hagas y no te dan justo, así que no tomé 1 sino 2 tes con leche. La pasta frola era tan grande que me dieron también cubiertos. Pero no era rica: la masa no tenía la porosidad necesaria y además tenía gusto a heladera.
Exactamente adelante mío había una pareja sobremeseando. Mientras sus hijos jugaban en el pelotero nosotros jugábamos a no establecer contacto visual, en recrear una pared invisible entre las mesas. Ellos ya eran expertos porque habían construido una entre los dos: estaban sentados del mismísimo lado, y en la hora que estuve ahí apenas intercambiaron palabras. Como si estuvieran cumpliendo mansamente el mandato de salir en familia.
Todo me costó $45 y cuando iba caminando al verdadero destino trataba de convencerme de que no había malgastado taaanto la plata.
Mi hermano me había dado referencias negativas del Cóndor, así que al Napoli vamos.
Mi idea era comprar un tostado, creo que lo único salado no-cena que venden en estos lugares, pero fiel a mi estilo elegí un te con leche con una pasta frola. Era muy divertido estar merendando rodeada de platos con pastas, carnes y pizza y bullicio de sábado a la noche. La alterna.
En un primer momento me arrepentí del te, porque te duerme y yo ya estaba cansadísima de haber trabajado por primera vez en mi vida. Pero después lo agradecí, porque te traen una jarrita y teterita para que vos lo hagas y no te dan justo, así que no tomé 1 sino 2 tes con leche. La pasta frola era tan grande que me dieron también cubiertos. Pero no era rica: la masa no tenía la porosidad necesaria y además tenía gusto a heladera.
Exactamente adelante mío había una pareja sobremeseando. Mientras sus hijos jugaban en el pelotero nosotros jugábamos a no establecer contacto visual, en recrear una pared invisible entre las mesas. Ellos ya eran expertos porque habían construido una entre los dos: estaban sentados del mismísimo lado, y en la hora que estuve ahí apenas intercambiaron palabras. Como si estuvieran cumpliendo mansamente el mandato de salir en familia.
Todo me costó $45 y cuando iba caminando al verdadero destino trataba de convencerme de que no había malgastado taaanto la plata.
Yo soy una fundamentalista del odio hacia el gusto a heladera.
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