miércoles, 27 de abril de 2016

#5

La concha de la lora no quiero dejar el colegio.
No me quiero ir, sufro del síndrome de Estocolmo.

Recuerdo latente el primer día de clases:
(No pará, pará, pará, un poco más atrás):
No sé por qué yo pensé que las clases empezaban el 15, cuando en realidad empezaban el 22. Mi hermano me acompañó en tren, me acuerdo que estaba la novia tambien. Mi vieja había hecho empanadas para el almuerzo, que las comí en dos estaciones (acá más o menos se ve el inicio de mis desórdenes alimenticios).
Mi hermano me acompañó hasta la puerta y yo subí sola los escalones hasta la entrada. Era la primera vez que entraba al colegio. Estaba hermoso, majestuoso, estoico, pulcro, vacío. Me parecía raro que no hubiera nadie. L pregunté a un chabón que parecía de sexto qué onda las clases,  que venía al colegio. Al colegio? sí, a las clases. Ah, pero las clases empiezan la semana que viene. Muerta de vergueza le dije gracias y me fui corriendo antes de que pudiera memorizar mi cara de borrega.
Alcancé a mi hermano que estaba ya a dos cuadras, y me fui a ahogar mis penas a un burguer mientras la novia me miraba con cara de se supone que no tenés que estar acá.
Después sí, el 22:
  Estaba sentada por primera vez en un aula del cnba, con los pupitres marrones, los pizarrones dobles, los ventanales con celosía, la tarima del profesor con escaloncitos. La primera clase fue de francés, fue la única vez que nos habló en español. Nos hizo hacer uno de esos ejercicios petes para conocernos y para romper el hielo. La profesora más conchuda y más profesora de idioma que alguna vez tuve.

Había tres orientales en mi aula, loquísimo.

Y que con 13 años no tenía muchas ideas en la cabeza. Pero una si, fue brillante: Abrí muy grandes los ojos y dije: mirá todo a tu alrededor Gaia, porque aunque no lo creas, un día vas a terminar este colegio, un día te vas a ir de este colegio y ahora estás recién en el primer día. Así que devorátelo con los ojos, aprehendelo todo lo que puedas, porque te juro que no vuelve más y vas a querer con todas tus ganas volver a ese día.

Y ahora estoy terminando. Y miro para atrás y me doy cuenta de que me duro muy poco la lucidez, porque gran parte de la secundaria la hice con los ojos cerrados.

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